EL NUEVO MANCHESTER DE GUARDIOLA

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Era un secreto a voces: Pep Guardiola acabaría siendo el entrenador del Manchester City. La única incógnita era el cuándo, nunca el dónde. Desde que Paul Scholes confesara, en abril del año pasado, que estaba convencido de que el técnico catalán llegaría al Etihad Stadium -y que incluso había visto documentos comprometedores-, el guion se ha ido cumpliendo paso a paso para que todo desemboque, como estaba escrito, en su desembarco el próximo verano.

Primero fueron los alemanes quienes confirmaron que el técnico dejaría el club al finalizar la temporada. Luego, el propio Bayern oficializó la llegada de Carlo Ancelotti como líder del nuevo proyecto. Y hace solo unas horas, para alivio de muchos (incluido el propio Pellegrini, según rezaba el comunicado), el Manchester City puso fin a las especulaciones y anunció oficialmente la llegada de Pep Guardiola.

Aún quedaba algún romántico aferrado a la esperanza de que cruzara la acera y se hiciera cargo del Manchester United, un proyecto quizá más alineado con el relato emocional que siempre ha acompañado su carrera. Pero poderoso caballero es don dinero: los cerca de 25 millones de euros netos por cada una de las tres temporadas firmadas terminaron de inclinar la balanza. Eso sí, el técnico español no aterriza en terreno baldío: tendrá a disposición una plantilla acorde con la magnitud de su palmarés.

Ya se habla de revolución en Manchester. Nadie tendría el puesto asegurado y Guardiola buscaría rodearse, como es habitual, de jugadores de su plena confianza.

Todos los focos apuntan a Thiago Alcántara, el jugador al que Guardiola ya se llevó de Barcelona a Múnich y que, pese a su innegable talento, no ha logrado tener continuidad debido a las lesiones. También está el caso de Yaya Touré, uno de los grandes ídolos de la grada del Etihad. Su salida del Barça, precisamente bajo la dirección de Pep, dejó heridas abiertas. “Cada vez que le preguntaba algo, me respondía cosas extrañas. Luego me ignoró hasta que tuve que aceptar la oferta del City. Apenas hablé con Guardiola en mi último año allí”, declaraba el marfileño en 2011. “Si hubiera hablado conmigo, me habría quedado. Quería terminar mi carrera en Barcelona”, añadía con resignación.

Dimitri Seluk, su agente y habitual generador de titulares, no desaprovechó la ocasión para caldear el ambiente. Ya semanas atrás había dejado claro que si Guardiola llegaba al City, Touré se iría. Y ahora, con el anuncio oficializado, volvió al ataque: “Guardiola ganó títulos con el Barcelona y el Bayern de Múnich con plantillas con las que hasta mi abuelo habría ganado trofeos”. No parece, desde luego, el contexto más favorable para una reconciliación entre futbolista y entrenador.

Y luego está Pep en su esencia: el entrenador. En su faceta táctica, Guardiola es un perfeccionista casi obsesivo. Algunos dicen que reinventó el fútbol moderno, que dio forma al auténtico tiki-taka, que popularizó al ‘falso nueve’ y que su pizarra es digna de exposición en un museo. Pero sería injusto olvidar que buena parte de lo que hoy aplica ya fue desarrollado por Rinus Michels en la legendaria Holanda de Cruyff. Guardiola no inventó el juego, pero lo interpretó con una mirada propia que marcó una era.

Todo, menos la última pieza del puzzle. Porque Pep, en su incansable búsqueda de perfección y control total del balón, ha llevado la versatilidad táctica al límite. Quiere que los diez jugadores de campo vivan en terreno rival, casi como en un partido de balonmano. Centrales que se convierten en mediocentros. Pivotes que actúan como defensores. Laterales que deambulan por el campo como almas libres, según el rival, el minuto o la epifanía táctica que haya tenido la noche anterior.

Por eso, en el Manchester City, nadie puede sentirse intocable. Quizás David Silva, Sergio Agüero y el recién aterrizado Kevin De Bruyne tengan un lugar asegurado, pero el resto… todos están bajo observación. Nada debería sorprendernos si mañana vemos a Raheem Sterling haciendo de carrilero, de interior o incluso de falso nueve. Con Guardiola, lo improbable es rutina.

Si Yaya Touré permanece en la plantilla, tendrá que desempolvar su faceta de central, una posición en la que ya lo ubicó Pep en sus días blaugranas. Kolarov podría transformarse en el nuevo interior modelo y Joe Hart -ese portero al que le sobran reflejos pero le faltan certezas con los pies- tendrá que reinventarse o ir preparando las maletas. Porque si hay algo que despierta más nervios en Guardiola que un pase mal dado, es un portero que no domine el juego con los pies. Hart lo sabe, la grada también… y los suspiros cada vez que recibe el balón no son precisamente de alivio.

Y es que la liga inglesa, con su vértigo, su físico y su anarquía creativa, no es precisamente el hábitat ideal para el fútbol de toque casi quirúrgico que predica Guardiola. Al menos no para su versión más radical. En la Bundesliga, su Bayern vivía instalado en un 70% de posesión permanente, frente a rivales que se encerraban y que, cuando lograban recuperar el balón, apenas tenían los recursos, ni el plan, ni el oxígeno para montar una transición ofensiva con verdadero peligro.

Pero bastaba que alguien osara presionar alto -como el Wolfsburgo en ciertos tramos- para que afloraran los puntos débiles del sistema: pérdidas comprometidas, centrales reconvertidos que sufrían cuando no estaban arropados, y errores en la salida que costaban goles. La misma historia se repitió en Europa. Cuando enfrente tuvo a monstruos como el Real Madrid o el Barcelona, que no solo le plantaron cara sino que lo superaron en sus propias armas, Guardiola sufrió castigos memorables. Y dolorosos.

En Inglaterra, donde incluso el colista sale con hambre de gigante, el reto será aún mayor. La Premier es visceral, impredecible, muchas veces indomable. Allí no existe esa reverencia al grande que impera en otras ligas. Imaginen al Leicester de Vardy, en modo jauría, presionando sin tregua a unos centrales que no son centrales, con líneas abiertas y sin red de seguridad. Un festín de transiciones. Un escenario peligroso para alguien tan obsesivo con el control como Pep.

El fútbol inglés, con su ritmo salvaje, con su alma de rock and roll más que de sinfonía, desafía todo lo que Guardiola representa. Pero si alguien puede intentar domarlo, reinventarlo y hasta conquistarlo con su estilo… ese es él.

Tiene tres años para lograr lo que no consiguió en Alemania: ganar la Champions. Porque, aunque sus Bayern fueron dominantes en casa, el objetivo real -el que justificaba su fichaje- era conquistar Europa. Y no lo logró.

En el Etihad, ese desafío es incluso mayor. El Manchester City nunca ha sido verdaderamente competitivo en el torneo continental. Le han sobrado estrellas y le ha faltado equipo. Por eso, esta vez, se busca algo más que un buen gestor de vestuario. Se quiere un arquitecto, un hombre capaz de moldear un colectivo con alma, una identidad reconocible y una hoja de ruta que no tiemble cuando suene el himno de la Champions.

Si Guardiola será ese hombre o si terminará siendo un experimento fallido, solo lo sabremos con el tiempo. El fútbol, al final, no se juega en pizarras ni en declaraciones: se juega en el césped.

✍️ Diego García Argota

💻 Juani Guillem

🗓️ (03/02/2016)

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Redacción Premier League

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